jueves, 14 de abril de 2016

Rosario Bléfari, "Estaciones"


Pensar que ayer creí morir/ hoy parece que puedo seguir

Siempre lo cuento, y no veo por qué no repetirlo ahora: la noche en que fui a ver a Rosario Bléfari cantar por primera vez los temas de su debut como solista salí en éxtasis, convencido de haber presenciado algo nuevo, histórico. Como si hubiese visto --usé muchas veces esta comparación, y me sigue pareciendo fiel a lo que sentí entonces-- el nacimiento de la bossa nova. Hoy lo primero que pienso al releer semejante afirmacion es que me pasé un poco de rosca, pero el recuerdo que tengo de aquella velada aún es bastante claro, y después de repasar rápidamente el repertorio de Estaciones, se me ocurre que el entusiasmo estuvo justificado. Hay algo extraordinario en ese primer disco, y lo fue aún más al descubrirlo de cuerpo presente en el subsuelo de Belleza y Felicidad, escuchándolo por primera vez interpretado por un grupo reducido y eminentemente acústico. No había ninguna amplificación, así que lo que brillaron fueron simplemente la voz y las canciones. Eso si, supongo que en el entusiasmo posterior puede haber ayudado el porrazo que un amigo anónimo siempre ponía gentilmente entre mis labios en cada show de Suarez en el que coincidíamos. Con el tiempo ese amigo dejó de ser anonimo, claro, y los shows no fueron exclusivamente de Suárez, pero los porros nunca dejaron de estar. Conocí al grupo cuando empezaron a tocar seguido en un local de Palermagro --estaba ahí, en el limite, a una cuadrita de Córdoba, del lado de Palermo, pero espiritualmente en Almagro-- llamado La Luna. Cuando era lugar de paso obligado de todas las bandas del nacimiento de lo que luego sería llamado Nuevo Rock Argentino, yo vivía a unas cuadras del local, y solía pasarme todos mis fines de semana vacíos a tomar una cerveza con sus dueños y curiosear el grupo que estuviese tocando. Suárez era una banda extraña por aquellos días, sus shows no eran aptos para cualquier oido, sino que eran todo un viaje. El grupo tenia grandes temas, como Morirían, pero se embarcaban en la busquedas profundas de sonidos y climas, y las canciones se perdían, así como cualquier interés en interpretarlas de una manera complaciente o que al menos pudiese ser empática con un público ajeno. Digo esto porque por aquellos días me parecía que con Suarez --o con Pachuco Cadáver, por ejemplo-- sucedía algo especial y único, y más de una vez intenté compartirlo con amigos y colegas, que salían escépticos de sus shows. Claramente, no habían visto --o sentido-- lo mismo que yo. Así fue como empecé a pensar que hay musicas o escenas que necesitan de su manual de instrucciones. Cuando uno lleva a alguien ajeno a las mismas, es justo y neceasario ponerlos al día, explicarles lo que está sucediendo, advertir ciertos reparos e intentar dilucidarlos, ayudarlos a ubicarse en posición de entender y compartir. Después de todo, no todo el mundo está dispuesto a dejarse llevar por ciertos estados de animo o involucrarse y acompañar ciertos experimentos sonoros. Y hasta resulta entendible. Puede ser que sólo escuchen desafinaciones donde uno escucha emoción. Es posible que eso que uno entiende como lisergia para ellos sea apenas ruido. Hay grupos para los que nunca deja de ser necesario el manual de instrucciones, pero los que buscan interpelar a un público mas allá del pequeño ambito de su tribu, aprenden a dejarlo de lado, a salir del hermetismo, algo que resulta triunfante si lo logran hacer sin perder su escencia. Suarez fue uno de esos grupos, qué duda cabe. Hubo un camino muy largo que recorrieron desde aquellos primeros discos hasta decantar en Río Paraná, un tema que demostró no necesitar ninguna explicación. El que no lo entendía, merecía no entenderlo y punto, pobre de él. No era porque le faltaba el manual. Lo mismo sentí en ese subsuelo de Guardia Vieja, pero multiplicado mil veces. Siempre hubo una gelidez en las interpretaciones de Rosario, actriz imperturbable de las sensaciones, que puesta en acción en un puñado de canciones de amor, como las de Estaciones, multiplicaban esas referencias. Como disco de rock, Estaciones puede ser tranquilamente puesto en el estante de los discos de separación. Pero no hay nada en el intérprete que acompañe esa caracterización, o al menos no habia nada en la presencia de Rosario aquella noche que subrayase o confirmase como reales ese mundo contenido en las canciones. Su poderosa emotividad, cuidadosamente contenida, e interpretada de la manera mas pura posible, sin electricidad de ningun tipo, me generó esa impresión aquella primera vez que fui expuesto a un puñado de canciones que al llegar al disco se vistieron, se convirtieron en otra cosa, como debía ser. Estaciones es, aún hoy, el mejor disco  solista de Rosario, o al menos el que mejor interpreta ese pasaje --ese diálogo-- entre lo acústico y lo eléctrico que anida en su música. Por eso es un disfrute dejarlo sonar en este delicioso mediodía de un soleado abril en que me estuve permitiendo repasar mis elecciones del último no-programa, que ya está agotando su recorrido. Pero sigue sonando, al igual que Rosario, desde el medio del Lado A, muy bien acompañada entre Victoria Williams y Gene. Todos soleados, todos cretinos. Bienvenidos sean. Como dijo alguien recientemente, aún cuando mas nublado parezca, el sol al final siempre sale. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario