lunes, 3 de agosto de 2015

The Beatles, "Hey bulldog"


Si te sentís solo/ podés hablar conmigo

Uno de los momentos claves de mi iniciación musical, fue el hecho de haber podido arrebatarles Los Beatles a mis padres. Algo que me permitió ingresar a la pubertad sin tener que renegar de ellos, y poder así disfrutarlos sin culpa, entendiendo de primera mano que al mismo tiempo podían encarnar la rebelión así como el conservadurismo. Mis viejos amaban a Los Beatles, y yo crecí escuchando sus discos, junto a Mediterráneo, de Joan Manuel Serrat o El amor, de Julio Iglesias. Como Asterix, como Malfalda, las canciones de los muchachos de Liverpool fueron algo así como un lenguaje común en mi hogar. Uno podía decir una frase o tararear algún verso, y los demás completábamos el chiste o la canción inmediatamente. Durante un interminable viaje familiar en auto a Bariloche cuando aún eramos chicos, la única diversión en el asiento de atrás de aquel Renault 4 rojo que compartimos con mi hermana fue un viejo radiograbador horizontal, de esos con las teclas grandes y un solo parlante. Allí escuchamos sin parar Rubber Soul y Beatles for Sale, los dos cassetes del grupo que teníamos entonces, hasta saberlos de memoria. Es mas, como el azimut del cabezal del grabador estaba descalibrado y se escuchaba un solo canal, la curiosa versión estéreo original de Rubber Soul –que separaba la mezcla mono original en dos canales musicalmente independientes, con voces por un lado e instrumentos por el otro—propició para que algunos temas en mi recuerdo eternizado tuviesen sólo coritos y ningún verso, o fuesen sino meros instrumentales con estribillo. Pero el momento en que Los Beatles pasaron a ser también realmente míos fue cuando me compré mi primer disco de ellos, en realidad un cassette que me canjeó un compañero de colegio. Cuando le comenté la novedad a mi viejo, el fan de los Beatles más cercano que tenía, me dijo que no era tan bueno, porque era de la época rara del grupo. Eso me desanimó un poco, así que recuerdo haberlo escuchado con recelo. Me voló la cabeza: se trataba nada menos que de Sgt Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Desde entonces supe que había unos Beatles para mi viejo, y otros para mí. Que él tenía su rock, el de la campera de cuero rápidamente convertida en trajecito y los pelos largos pero no tanto, el de los primeros discos del grupo. Y yo podía tener el mío, vestido de cualquier manera extravagante, de pelo realmente largo e incluso barba y bigote (¡y anteojos!), y arrebatos orientales sumados a un extraño cuelgue que luego descubriría que tenía un nombre propio: psicodelia. Dentro de ese universo desquiciado entra este Hey Bulldog, un tema extraño, urgente y algo escondido del grupo (está en la banda de sonido de El Submarino Amarillo), que con uno de mis primeros amigos, con el que intentamos algo parecido a tener una banda, convertimos en nuestro himno beatle. Sabíamos que no estaba a la altura de los mejores temas del grupo, pero era bien nuestro, y también algo bizarro, con ese contundente riff de piano inicial, y esos ladridos y gritos al final. La historia oficial de los Beatles le reserva a Hey Bulldog el lugar del último momento clásico y grupal del grupo, antes del desbande luego del viaje a la India. Según escribió el ingeniero Geoff Emerick en sus memorias, su grabación –realizada de improviso, durante una jornada de filmación en el estudio de imágenes para un clip del tema Lady Madonna—fue el último momento en que los Beatles funcionaron en el estudio como un grupo. La pasaron bien grabándolo, y eso es algo que se nota. Por eso es que es un tema que le levanta el ánimo al más desvalido, y sirve como anillo al dedo para arrancar la semana. Y también funciona como ideal punto final para el último Música Cretina, completando un increíble acelerada final del Lado B, después de los Redondos y los Stones. Nada menos que un lujazo. Cretino, claro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario