jueves, 30 de julio de 2015

Alberto Wolf & Los Terapeutas, "De desesperados"


Canto otra vez tu canción/ y siento/ la fragilidad del amor/ el incendio

Antes del show del Mandrake y Los Terapeutas en Bluzz Live, les dije a los que me llevaban que con escuchar un par de temas del disco De, ya estaba hecho. Así que cuando abrieron con este Desesperados y casi sin respirar después arrancaron con Ellos dos, uno se me acercó y me chicaneó con una sonrisa: “¿Querés que nos vayamos?” “Diez sobre diez”, fue mi única respuesta. Y así siguió: al contundente doblete de mi disco preferido le pegaron el inoxidable Miriam entró al Hollywood y después le tocó el turno a un cover de ese monumento de canción que es No te vayas nunca, Compañera, de El Sabalero. No se equivoquen: fue, antes que nada, un gran show de rock. Porque el Mandrake con los Tera –así escuché que les dicen—claro que son rock. Si alguna vez llegó a ser algo así como un Roos clase B, como percibí prejuiciosamente la primera vez que escuché hablar de él –y lo dejé entonces algo a un lado--, con el correr de los años una lenta transformación dejó a Mandrake parado en una esquina donde funciona como un eslabón perdido entre su generación de des-generados --la del rock de los 80, dentro de la que finalmente se logró ubicar antes de que apaguen la luz junto a El Cuarteto de Nos--, y la del candombe-beat, iniciada por Mateo y liderada por Jaime Roos. Es una definición algo apresurada y caprichosa –todas lo son—pero es más caprichosa la tierra de nadie desde donde parecen cantar hoy los Terapeutas, tan rockeros como cualquier grupo de las nuevas generaciones, ya sea del Montevideo under como del que cruza fronteras, pero con un repertorio armado además de canciones admirables, entusiastas, contagiosas, inmortales. Es el problema de ser un clásico, supongo. A pesar de ser un sábado, el finde que pasé por Montevideo y terminé viendo al Mandrake parecía una noche de entresemana, por la raleada cartelera rocker. Las bandas no tienen muchos lugares donde tocar, una gentileza de la Intendencia –frenteamplista, si, pero tan sorda a las necesidades musicales como la macrista, según parece—que justo en las semanas anteriores había cerrado algunos de los pocos lugares que quedan donde tocar en la ciudad. Lo cierto es que a los que les pregunté por algo para ver, nadie me mencionó al Mandrake. Si no hubiese visto al pasar el aviso en algún lado, me lo hubiese perdido. A juzgar por un Bluzz semivacío, a muchos les debe haber pasado lo mismo. Una injusticia. Porque los Terapeutas son rock, y además bien uruguayo. Y tienen las canciones. ¿Qué más se puede pedir? Va llegando la hora de que el Mandrake sea la siguiente estación del tren del reconocimiento tardío que parece funcionar cada tanto para los músicos uruguayos de este lado del charco. Vengan, que hay lugar para todos. Dejemos que suenen los Terapeutas en este mediodía de un pegajoso invierno porteño. Aquella noche, en ese bar/ sellamos un pacto, inmortal/ conferencia secreta de rubios casi negros, canta el Mandrake en una canción que narra un imaginario encuentro con El Príncipe, su verdadero compañero de generación. Y que suena también casi al comienzo del Lado B del último Música Cretina, que cada tanto le gusta ser el más cretino de todos.  

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