Escribí una canción, tuve un éxito/ Ella me hirió, lo que me hizo/ Es lo mismo de siempre/ ¿Es todo lo que una canción puede ser?/ Pensé que una canción podía liberarte/ Pero tal vez estaba equivocado
Supongo que todos los que conocimos a Elliott
Murphy lo hicimos gracias a un libro con letras de editorial Espiral, que
anunciaba: Los Poetas Malditos del Rock. Le teníamos confianza a la editorial,
ahí habíamos leído las letras de Jim Morrison. Y después las de Dylan, o las de
Nick Cave. Era mejor que El Juglar, sin dudas. Al menos sus libros no se
deshacían al abrirlos, como sucedía con los de Los Beatles, por ejemplo. En
tiempos pre internet y pre todo, esos libros de letras traducidas, que además
solían tener antes alguna información, resultaban indispensables. El de los
poetas malditos venía con John Cale a la cabeza, pero el segundo era ya un
desconocido: Elliott Murphy. Recién con internet pude empezar a seguirle la
pista al buen Elliott, asentado desde hace años en Paris. Sus mejores años
fueron los primeros, con discos celebrados en Rolling Stone, el cartel del
nuevo Dylan bien colgado, y cosas así. Pero al final terminó demostrando ser
más el Scott Fitzgerald del rock, y después de drogarse en la costa este, pasó
a hacerlo en la oeste. Y finalmente se perdió en Francia. Desde su sede
parisina se ha ido reinventando en los últimos años, y no para de editar un
disco tras otro, todos muy buenos. Cada vez que su amigo Springsteen pasa por
su ciudad lo invita al escenario, y unos años atrás hasta se dignó atender un
llamado de un periodista porteño, que nunca publicó la nota en ningún lado
(debería desgrabarla y al menos ponerla online, si encuentro el cassette lo
hago). Todo un caballero, el sr Murphy, que acaba de editar un disco pequeño y
hermoso, que arranca con este tema, ideal para cualquier lunes nublado, o para
empezar el Lado B del último Música Cretina, que ya vamos terminando de
presentar como corresponde...
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