lunes, 15 de abril de 2013

Bye bye Chuck


Vamos a contarle a Tchaikowski las noticias, entonces. Chuck Berry está vivo, si, pero no lo está más que Elvis. Ya no. Anoche una multitud llenó el Luna para verlo, para ver al padre del rock. Previsiblemente, sólo vio al abuelito. Y en no muy buenas condiciones. Chuck lo dice, él ya no está para cantar, apenas si puede recitarse algo. Si lo sigue haciendo es por la nostalgia. De los demás, claro. Que pagan por ella. Ese es ahora su negocio. Después de todo, las pirámides no tienen que hacer ningún paso de ganso. Y allá vamos igual.
Chuck es eso, un monumento. Un señor enorme, en cuyas manos la guitarra es un juguete. O lo era, al menos. Anoche su show en el Luna fue un reality extraño. Tal vez haya sido un castigo por todas las bandas a las que explotó durante años de escenario. Esta vez fue Chuck el expuesto, el que no sabía de qué tema se trataba, el que no sabía cómo arrancarlos ni terminarlos. “Este negro no se acuerda ni de sus propios temas”, fue una frase que se escuchó en el Luna Park, y la dijo el propio Chuck, frustrado por el rumbo que había tomado su show. Sus hijos no sabían muy bien qué hacer. La mayor, Ingrid, salía cada tanto a cantar y tocar la armónica, a arengar a la gente. El menor, en la guitarra, trataba de guiar a su padre, pero sufrió tanto cuando el viejo insistía en desafinar su guitarra, que le dio la suya y se fue a afinarla fuera de escena. Error. Chuck no supo muy bien qué hacer sin su Gibson roja, pero al menos ahí fue cuando mejor recitó sus letras, casi desnudo sobre el escenario. Eso fue lo poco rescatable del show, esos pocos destellos de su mejor rostro. Pero no mucho más. No tomé nota, así que apenas si recuerdo los temas que intentaron tocar. Recuerdo Nadine, por ejemplo. Pero casi ningún riff encendido que el respetable pudiera corear y celebrar. Al menos, eso sí, no se trató de ningún show prefabricado para explotar a la celebridad. Oh no. Nada de eso. Lo que ves es lo que hay. Un colega sentado a mi lado, hincha de Independiente, me dijo al oído: “Es como el Rojo: un grande en apuros”. De hecho, el público se fue del Luna con cara triste, como viendo a su ídolo irse al descenso. Pero, hay que decirlo, respetó al viejo Chuck mientras estuvo arriba del escenario. Fue emocionante como, hacia el final del recital, muchos corearon el Go Johnnie Go de un Johnnie B. Goode de cierre más celebrado que efectivamente tocado. En serio, se me puso la piel de gallina. Porque le pusieron un admirable punto final a un show extraño, que puso en evidencia todo lo contrario que lo que habían ido a ver. Porque el show de Chuck Berry en el Luna Park no fue una celebración de la nostalgia, sino más bien la prueba palpable que a los 86 años la vida no es la misma, que el rock no es para siempre. Al menos, si hablamos del espectáculo, claro. Lo demás, está dentro de cada uno. Y ahí afuera, buscando su propio camino.

Chuck Berry en el Luna Park, domingo 14 de abril de 2013

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