miércoles, 9 de mayo de 2012

Pachuco Cadáver, "Rock'n'roll vermellion"


Conocí a Guillermo Piccolini hace años, plenos ’90, cuando hice la que fue mi primer gran nota en el suplemento No de Página/12, presentando a los Lions in Love, el grupo de Daniel Melingo. Su título fue La casa de los leones enamorados, y esa casa era la de Picco, a la vuelta del Godoy Cruz de los travestis (y también de la casa de un compinche Sergio Rotman, pero esa es otra historia). Lo que más recuerdo de aquel día es haberme quedado después de la nota curioseando los vinilos españoles de Picco (¿o fue otra tarde?). En su generosidad, me regaló un par que tenía repetidos (aún los guardo en mi discoteca, uno de ellos es el primer Pachuco), pero aún más importantes fueron un par de nombres que me llevé de esa escucha, y que serían fundamentales en mi obsesión por bucear en los márgenes, como Javier Corcobado, Albert Pla y Poch. A los dos primeros terminé honrándolos con sendas notas, al último aún le debo una.
Pero a partir de entonces comenzó una amistad que se manifestó en su mayor medida cuando fuimos juntos a ver a Independiente salir campeón goleando a Huracán en Avellaneda. Tenía un compañero de Página que era fanático de Temperley pero también del Rojo, y que iba seguido a la cancha. A veces se mandaba solo, así que un par de veces nos fuimos directo del diario a ver un par de partidos nocturnos de esa temporada triunfal. Arreglamos también para ese domingo, por supuesto, y alcancé a sumar a Picco al viaje, hincha del Rojo que confesó nunca había ido a la cancha (recuerdo que su mujer Marina también quiso venir, pero ya era demasiado para la popu). Lo vimos en el codo de la tribuna visitante, apretadísimos pero felices, con los hinchas de Huracán (entre ellos mi amigo de la facu Javier, que alguna vez me llevó a ver al Globo) sufriendo al lado. Pero otra vez me fui de tema. 
Pachuco Cadaver fue uno de esos grupos que aprendí a escuchar en el pub La Luna, que quedaba muy cerca de mi primer departamento de soltero. Ahí vi todo el rock indie de los 90, en realidad, pero Pachuco siempre fue algo especial. Tal como sucedía con Suárez, por ejemplo, más que un concierto era un verdadero viaje. Algo que me cuentan que también fue el show de este sábado, el regreso del grupo, en el ND/Ateneo. Lamenté no haber estado ahí, pero espero que haya revancha. Picco me contó recién: “Siempre quiero más”. Hay rumores de un tercer disco, pero el ex Torero Muerto sonríe y dice: “Son apenas rumores”. Los mismos que me hablaron de show como un viaje, me señalaron que Petti estuvo medido el sábado. Eso debería ser una buena señal. 
Aunque no pude estar ahí, para la nota previa que salió en Radar presencié parte de un ensayo en un último piso de un coqueto departamento frente al Botánico. Tocaban a un volumen tan demencial, que me la pasé esperando la llegada de la policía. “Nunca vienen”, bromeo Picco, con una sonrisa de picara frustración por no tener su propia versión de la terraza en Abbey Road. Por todos estas razones, sin embargo, celebro haber alcanzado a incluir el tema que abre el primer disco del grupo en el lado B del Musica Cretina de esta semana, entre otro regreso, el de Neil Young con Crazy Horse, y una deliciosa rareza mexicana de Mongosaurio. Está en buena compañía.  

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